Alzados en armas en un hospital.
"There’s a man going around taking names
And he decides who to free and who to blame
Everyboy won’t be treated all the same"
Johnny Cash
Seis pisos, tengo que bajar seis pisos para
salir de este hospital, para correr hacia la puerta y no escuchar más llantos, para dejar la pobreza y la desigualdad atrás, ah no! Que esas están en todos lados.
Seis pisos de interminables escalares tengo que surcar, las bajo corriendo como
suelo hacer algunos días, buscando salir del tono halógeno que tiñe el piso por
la iluminación que no dan las escasas ventanas y que suplen con dificultad las
bombillas que pueden perfectamente llevar mucho tiempo sin cambiar, tengo la
esperanza de salir y aún ver el sol, que el cielo esté iluminado, que las hojas
de los arboles sigan dejando pasar un poco de luz y tiñan de verde y marrón la
salida inmediata del hospital, que aun pueda ver los picos de unas montañas no
tan lejanas, casi como si pudieran tomarse entre las manos, casi como si
pudiera volar y en menos de cinco minutos llegar hasta allá.
Acá,
adentro, la vida es distinta, el ciclo de vigilia sueño se altera, al cansancio
no le importa si es de noche o hay luz solar, la vida se rige por un tono
halógeno demasiado aburrido, demasiado sepia, carente de un revelado que
le un tono de diversión singular.
Para salir usualmente cruzo el pasillo de la
sección high del hospital, que
curiosamente suele apostar en sus pasillos a individuos armados, vestidos, qué
digo, uniformados con un militar, un
camuflado azul militar, que no tengo idea en que entorno distinto a la profundidad del
mar los puede camuflar, siempre están armados, siempre está sentados a la entrada
de algunas salas del hospital y es que aquí se atiende de todo, desde buenos
hasta malos tipos y no somos los humanos con nuestras armas quienes para juzgar
quien es bueno y quien profesa el mal, pero entre más son los azules “camuflados”,
más tiendo a polarizar mi opinión sobre el tipo que tienen como deber cuidar.
Alzados en armas nos encontramos en un
hospital, no importa si es revolver, mini uzi, changón o puñal, no importa si
es con lapicero, una mala cara o la costumbre de no contestar al buenos días
usual. Bajo las gradas con el lapicero guardado, mi mala cara dejada atrás, mi
martillo en la maleta y el aparato azul de apretar los brazos en un bolsillo
difícil de encontrar, conservo un par de guantes pero take it easy hermano que a nadie más quiero tactar. Mi mal genio se
quedo atrás, me voy para mi casa, me voy a descansar, no puedo estar menos
armado que cuando voy saliendo en busca de libertad, pero un suceso me detiene,
el andar de un hombre que no tiene libertad, su expresión es de suma
incomodidad, su muñecas se encuentran atadas, es de los hombres que tienen permitido
tener esposas en plural, no hay mucha diferencia con la impresión general de un
matrimonio convencional, de estas esposas el tipo tampoco se puede librar. No es solo su andar, el de alguien que no se quiere notar, es el
saber que es imposible que nadie lo voltee a mirar, que hay cuatro o cinco hombres a su
alrededor, con el como punto central, que hay hombres vestidos de azul,
camuflados, serios y con cara de no te acerques por acá, que por su causa hay cuatros hombres camuflados de azul entre las paredes blancas y sucias de un hospital,
que a su alrededor hay hombres alzados en armas en un hospital.
No me
detengo más, en esta ciudad es muy fácil que empiecen a matar, este es templo
de vida diría un idealista, de muerte controlada diría un pesimista, de un
hacemos los que podemos el desprevenido que habla sin complicarse al pensar, no
me quiero quedar a ver si me pueden salvar, me voy que el plomo es frío y yo
podría tener pesadillas con que alguien me quiera matar, me voy que hay hombres
alzados en armas en un hospital.
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