y usa lo aprendido
para volverse lentamente sabio
para saber que al fin el mundo es esto
en su mejor momento una nostalgia
en su peor momento un desamparo
y siempre siempre
un lío ..."
Mario Benedetti
Me doy la libertad de retomar a este pobre abandonado, náufrago virtual, fruto de mi olvido, para usar sus páginas y dar a conocer un cúmulo de pensamientos no del todo claros, pero que no responden a un relato, sin embargo, dada la afinidad del tema...
Han pasado 6 años y 70 días desde
el día que oficialmente me convertí en un estudiante de Medicina, el mismo
tiempo más unos meses desde el momento en que decidí que haría de la “Carrera
médica” mi profesión. Debo confesar, que no sabía exactamente a que me estaba
metiendo, el estilo de vida y la manera de ver el mundo que escogí ese día no
me fueron advertidos y los he ido conociendo y dilucidando a lo largo de la
aventura universitaria-hospitalaria, que hasta el día de hoy, a pesar de tener
todas mis materias aprobadas sin retraso, continúa con turnos, trasnochos y la
percepción de que aún soy un ignorante; esa fue la primera lección, este oficio
es duro, largo y desgastante desde su formación.
Algunas cosas se han conservado
intactas, sin embargo. Hace 6 años cuando me preguntaban “¿Por qué quisiste
entrar a medicina?”, la respuesta fue que era la mejor opción que encontraba
para influir en la vida de la gente, para dejar una huella en el mundo, ni qué
decir… para darme una esperanza de trascendencia. No pretendo ganarme ningún
reinado, certámenes en los que, claramente, jamás tendría posibilidades, pero
hoy 6 años después la respuesta al porqué me he mantenido en esa decisión, es
la misma, bueno quizá sumado a la pequeña dosis de masoquismo que se requiere
para verdaderamente amar el arte médico.
¿Reconocimiento? ¿Dinero? ¿Estatus?
¿No son esos beneficios de ser “Dotor”?
Quizá algún día lo fueron, cuando
la práctica era privada, las universidades escasas y en consecuencia los
ingresos abundantes, quizá en congruencia con ello también, había un reconocimiento
popular del accionar social y beneficioso del médico en una comunidad.
Hoy en día somos montones, la
plata se la quedan los empleadores, llamados IPS, que en congruencia con las
exigencias de los pagadores, llamados EPS, dan 15 minutos para atender a cada
paciente sin tener miramiento alguno sobre la calidad del servicio y obligan a
los médicos del común a trabajar como mulas, dormir poco, trasnochar mucho y
volverse digitadores fantásticos que despachan rápido a la gente para obtener
un salario decente.
El sacrificio médico, no es como
todos piensan “Quemar pestañas”, esa es la parte sencilla del asunto, porque
estudiamos como nadie más lo hace pero qué más da si ese afán por saber y ser
cada vez mejores es nuestra razón de vivir, eso no es un sacrificio; es lo que
disfrutamos. El sacrificio está en los cumpleaños, navidades, feriados, celebraciones,
fiestas, aniversarios, bodas, años nuevos, nacimientos y festividades varias
que nos hemos perdido, y nos seguiremos perdiendo porque “Estamos de turno”.
Trabajamos incansablemente, y como todos, esperamos una remuneración económica
por ello, pero acaso ¿no hay mil maneras distintas a amanecer en un hospital
repetidamente para ganarse el pan de todos los días?
Colombia es un país extraño,
somos 40 millones de colombianos, la mayoría de nosotros con ingresos
promedios, que no nos alcanzan para considerarnos “ricos” y una gran cantidad
de “pobres”, sin derecho a lujos,
educación, trabajo u oportunidades. Y hay un grupo de cuello blanco, escogidos
por nosotros, que toma decisiones sobre todos nosotros, sentados en sus
escritorios millonarios o bien por celular mientras hablan con los minutos de un
plan que cubren nuestros impuestos en una camioneta blindada cuyo alquiler
también es costeado por los ya mencionados impuestos. Y esos representantes,
escogen, eligen, quitan y ponen, y sorprendentemente, una y otra vez lo hacen
mal, pensando en ellos y los de corbata, traje y cuello blanco. Mientras tanto
nosotros, los que aún no nos graduamos y los que ya tienen cartón, estamos
viendo SUFRIR a los colombianos “Curando, calmando y consolando” a los sumidos
en la enfermedad, la desesperanza y el dolo, pero eso sí, según el carné que
tenga tienen o no derecho a ese beneficio, esperar horas y horas en las puertas
de los hospitales es un requisitos y reciber tratamiento mediocres porque los
mejores medicamentos no se los autorizan o las deudas del hospital no permiten
la disponibilidad es la cotidianidad. Y esos que vienen a nosotros, que hemos
llamados pacientes, pierden la paciencia y se enojan, como no, con los médicos.
Es una escena de todos los días, una canción de nunca acabar…
Y eso, que hablábamos de los
enfermos que llegan al hospital. Que esta nación es tan desigual que en Bogotá
en el sector de los Rosales los apartamentos superan los mil millones de pesos,
y en la costa pacífica Caucana para llegar a un nivel de mediana u alta
complejidad de atención hay que coger lancha rápida y luego bus, un verdadero
eufemismo cuando averiguamos que la más rápida de las lanchas rápidas tarda 6
horas en llegar a Buenaventura y luego son 4 horas terrestres más, esa travesía
cuesta 100.000 pesos y en la economía de una familia que vive en un palafito
eso es una fortuna.
Tal vez, en mi afán por
trascender tuve la vista demasiado corta, y no me di cuenta que el objetivo no
debía ser médico, por el contrario la meta debía ser Ministro o Congresista a todas
estas, para poder tomar decisiones individuales que cambiaran la vida de los
colombianos, para reformar la saluda hacia un sistema verdaderamente Universal,
donde la amplia cobertura no implique baja calidad y donde, a pesar de que el
sostenimiento sea necesario, no haya quien se lucre de por la mala atención ni
quien se lleve plata a los bolsillos gracias al caos y la enfermedad de los
colombianos, un sistema donde la Oportunidad exista y los enfermos sean de
nuevo pacientes y dejen de ser clientes.
Sin embargo, no soy Ministro, ni
senador, ni representante, ni si quiera me gané las elecciones escolares cuando
estaba en el colegio, pero yo, así como tantos otros, soy un estudiante de
medicina, o un médico, o un enfermero, o un auxiliar, y vivo todos los días los
desastres del sistema, los muertos por el caos, los efectos adversos por el “no
hay” y las esperas eternas porque “no autorizan”… Y si me pusiera a pensar en
cada caso, tomaría fluoxetina día sí y día también.
Y al pensarlo mejor, soy un
colombiano, de los que tenemos ingresos promedios y soy un PACIENTE, porque un
día, de cualquier mal me enfermaré y seré atendido por este sistema caótico y
sin sentido, de lucro para unos pocos y mala atención para la mayoría, mi
familia está llena de pacientes actuales y pacientes potenciales y el círculo
crece y descubro que la Salud es de todos y es un Derecho que nos merecemos por
el simple hecho de vivir en esta patria.
Yo me harté de querer que las
cosas cambien y que no pase nada, me harté de echar madres ante la ineficiencia
y de maldecir a cuanta EPS existe, me harté de ver la indiferencia en los ojos
de todos y el conformismo en la frase de “siempre ha sido así y nunca cambiará”
Quizá ha llegado la hora de que recordemos que el poder de aquellos que
escriben leyes y aprueban y cambian y deliberan en el “Honorable congreso”, lo
hemos otorgado nosotros, y en consecuencia tienen que rendirnos cuentas y
trabajar a nuestro favor y no en nuestra contra.
No sé, si esto signifique que ha
llegado el momento de marchar… pero significa inequívocamente que antes de ser
Ministro o lo que sea, es mejor ser parte de una horda de colombianos que
exigirá sus derechos de manera incansable para lo que nos corresponde, para
recordarles a todos que este país es nuestri, que los de cuello blanco son
minoría y al final del cuento nuestro inconformismo vale más que su corbata de
moda.
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