domingo, 12 de abril de 2020

Sobre Héroes y Tumbas


Si tuviéramos que darle un nombre al infortunado capítulo de la existencia que estamos viviendo, tendríamos que pedirle prestado el título a Sábato para relatar esta historia.

Las tumbas empezamos a cavarlas hace ya tiempo, pero han sido las tumbas más solitarias que vez alguna hayamos conocido. Muertes a manos de un enemigo invisible a simple vista. Muertes contrarias a todo lo que hemos establecido como duelo, inesperadas, sin despedidas, sin llorar frente a un cuerpo, sin reuniones solidarias, sin ritos religiosos comunitarios. Los llantos y los duelos ahora son aislados, íngrimos, sin pésames ni abrazos. Tumbas para el cuerpo del que muere, tumbas para el alma del que queda.

Los héroes, ya han sido bautizados en función de la profesión escogida, los del personal de la salud parecemos ser los más, los llamados, los elegidos, los mártires.
En toda historia épica el héroe asume ingentes riesgos y se convierte en estrella al salir avante de ellos, a pesar de la adversidad agobiante.

En toda historia legendaria, el héroe asume sacrificios excesivos y pone en riesgo su integridad, sus posesiones o su propia existencia como parte de la epopeya.

En muchas historias épicas el héroe muere, muerte heroica, nos han enseñado a llamar a la de - por ejemplo - los militares en guerra.

Ahora, en esta historia hemos empezado a cavar tumbas para estos llamados héroes. Esa es la historia que ahora nos relatan. Nos narran una guerra y muertes heroicas en servicio.

¡Y vaya narración peligrosa!

En virtud de la profesión y vocación, con decretos nos llaman a la primera línea de batalla, nos exigen sacrificios, nos cargan riesgos y responsabilidades. La epopeya es robarle cuerpos a las tumbas. El premio no es más que la satisfacción del deber cumplido. Pero el precio a pagar es demasiado alto; caer en una de las tumbas y enterrar con nosotros el alma de aquellos que nos quieren.

Ahora el héroe ya tiene decreto presidencial y artículo propio de llamado obligatorio a la batalla.
Como si no lleváramos años luchando con la inequidad del sistema, con la enfermedad intratable de la pobreza, con la carencia de recursos y los pagos malos y tardíos.

En esta historia la epopeya implica años de servicio:
- 6-7 años de medicina (Con 1 de internado que hace las veces de práctica pero sin pago) Para obtener el primer diploma.
- 1 año de Servicio Social Obligatorio, donde el gobierno diga, a lo que la IPS pague, sin gastos de reubicación, con salarios irrisorios, no protestables y con renuncia sancionable. El premio: obtener el plástico que deja trabajar donde uno escoja.
- 3-5 años de residencia para especializarse, impagos, y con -matrículas estratosféricas.
- Y luego trabajo por órdenes de prestación de servicios, con pagos a 90 días o por agremiación con bases de cotización del 30% sobre lo que realmente devengamos.

Todo por la satisfacción del deber cumplido.
Y así nos éramos héroes. La epopeya, al aparecer, no tenía sacrificios suficientes.

Ahora, ahora, al mismo tiempo que cavamos las tumbas de aquellos a quienes a mala hora nos han graduado de héroes, dicen reclutarnos, llamarnos a la guerra, sin posibilidad de protesta y a donde los funcionarios, encerrados en casas y oficinas, consideren que deben ubicarnos para atender la emergencia.

La guerra, han dicho, se gana con ventiladores. Esos que a ritmo desbocado hasta empresas de fabricación de carros andan produciendo.
Pero nosotros, los formados por más de 10 años para tener algunas nociones de cómo manejar el aparato que las automotoras producen en serie, somos descartables.

Ya vamos a dejar de ser héroes, ahora vamos a ser peones, fichas desechables de una guerra. Nos graduaron de mártires y nos cavaran las mismas tumbas en soledad. Y un día dejará de ser novedad el relatar nuestra odisea. Pasaremos a ser una estadística más; la de las muertes “necesarias” para ganar la guerra.

A lo mejor, nos iría mejor si no esperamos sacrificios. Si no esperamos bajas como “casualties” de la guerra.
A lo mejor nos iría mejor sin héroes.

Olviden esa idea de graduarnos a los del gremio de salud de héroes, luego mártires, para enterranos y condenarnos a la soledad y, finalmente, al inexorable olvido.

Que yo - como tantos- he escogido continuar con la satisfacción del deber cumplido, sin que me obliguen, voluntariamente, sin epopeyas, haciendo mi trabajo.
Pero de mí no esperen sacrificios, que en esta historia voy primero yo y mi familia, segundo yo y todos los que me quieren, tercero yo y aquellos a quienes quiero y sobre esa clase de pensamientos nadie se inspira para escribir versos ni letanías.

Sobre mí renuncien a escribir historias y relatos épicos.

Con nosotros no cuenten para los sacrificios. Dennos herramientas y haremos todo lo que esté a nuestro alcance, sin escatimar un ápice de los recursos a mano, como hace años venimos haciendo.
Paguen a todos lo debido y de la forma correcta y seguiremos navegando en la tempestad con la muerte como compañera del día a día.

Pero olvidémonos de los héroes. Esos los encuentran en las novelas.

Trátennos como humanos y no perderemos la esperanza; y así dejamos a Sábato como dueño único del título de su novela.